Tomado de: http://elotrosaberypoder.wordpress.com
Por Reinaldo Iturriza Lopez
La fuerza principal
Lo comentaba hace un par de días en una asamblea popular en Palo
Negro, Aragua, y lo reitero por esta vía: con todo y sus limitaciones,
es innegable el enorme impacto que han tenido los consejos comunales en
el proceso de democratización de la sociedad venezolana. Ha sido tanta
su influencia, ha sido tan decisivo el hecho mismo de su creación y
multiplicación, que sus efectos políticos sólo es posible compararlos
con el producido por figuras más clásicas de participación, como los
sindicatos e incluso los partidos políticos.
Sobre ellos ha llovido mucho fuego enemigo. Por citar sólo un ejemplo muy reciente, en el documento Lineamientos para el Programa de Gobierno de Unidad Nacional (2013-2019)
se les atacaba con virulencia: “Ellos deben ser deslastrados de todo
sesgo ideológico-partidista así como de toda confusión que los
configure como instancias híbridas que terminen asumiendo funciones
públicas que le (sic) son ajenas”. Para el antichavismo, el mejor
consejo comunal es el que no existe… o el que está bajo su control.
En campo amigo también se les mira con recelo. Con alguna
frecuencia, militantes de izquierda con una formación política más bien
tradicional se refieren a ellos como instancias más bien “primarias” de
organización, en las que confluyen fundamentalmente personas que nunca
en su vida participaron en política, para resolver cuestiones “básicas”
que afectan a la comunidad.
En las instituciones, por supuesto que sí, muchas veces
identificamos esta misma lógica de razonamiento, pero llevada al
extremo: en líneas generales, esa porción de pueblo reunido en torno a
la figura de consejos comunales vendría a ser una suerte de
pedigüeñería organizada, que actúa amparada por la ley, que en el mejor
de los casos “ayuda” al Estado a ocuparse de los asuntos de los que
jamás se ocupó y le permite llegar a lugares a los que nunca llegó.
Sin duda alguna, en cada uno de estos casos, más que de diagnósticos
de la situación, se trata de opiniones determinadas por prejuicios,
cuando no de posiciones políticas disimuladas a duras penas, y que
dejan entrever una honda desconfianza en el pueblo organizado.
Se dice mucho que hay que tomar todas las previsiones contra la
idealización del pueblo, y eso es correcto. En muchos consejos
comunales vemos reproducirse las prácticas de la vieja cultura
política: clientelismo, oportunismo, sectarismo, “voceros” que
realmente actúan como representantes y, peor, como jefecillos que
deciden a diestra y siniestra sin consultar a nadie. Hay consejos
comunales que sólo buscan el beneficio de unos pocos, de manera que ya
no hablaríamos de beneficios propiamente, sino de privilegios.
Pero con muchísima más frecuencia nos conseguimos con un contingente
realmente formidable de líderes y lideresas entregados a la lucha por
transformar su entorno inmediato, su país y el mundo; líderes y
lideresas que militan a sol y sombra, que convocan, movilizan,
organizan y prestan su voz para traducir las demandas populares ante
las instituciones. Podría decirse que ellos integran las primeras
líneas de lucha popular. La verdadera vanguardia.
Con ellos es vital (literalmente, porque en esto se le va la vida a
la revolución bolivariana) establecer sólidas alianzas, desde las
instituciones. Muchos lo han comprendido, pero todavía hay demasiado
funcionario que no lo comprende. Todavía hay mucho funcionario
indolente, pusilánime, prepotente, que ve en el pueblo un sujeto de
asistencia, un “inválido”, al que hay que enseñarle cómo conducirse en
todo y para todo.
Luego de un intenso mes de gobierno en la calle que nos ha llevado
hasta Zulia, Miranda, Táchira, Barinas, Anzoátegui, Bolívar, Vargas,
Aragua y Carabobo; luego de mucho observar, escuchar y palpar; luego de
haber saldado cuentas con mis propios prejuicios, puedo decir que creo
haber entendido la apuesta del comandante Chávez, cuando decidió
convocar al pueblo a que se organizara en consejos comunales.
Lo que estaba en juego, primero que nada, era la creación de un
lugar de encuentro de los comunes, de aquellos que nunca participaron
en política porque nunca creyeron en ella, porque ésta fue siempre
sinónimo de trampa, rencillas, mentiras. Y si participaron, la
experiencia casi siempre fue poco estimulante, más bien traumática,
decepcionante. Es a este pueblo al que convoca la revolución
bolivariana, con Chávez a la cabeza. Será este pueblo el que constituya
el chavismo, el sujeto político más potente en la historia de Venezuela.
Con los consejos comunales nunca se trató de nivelar por debajo,
sino de incorporar a los de abajo, garantizarles un espacio, un lugar.
Luego, sí, está el asunto de los recursos. Los consejos comunales
como espacios a través de los cuales el Estado debía comenzar a
distribuir la renta. Todo el costo político asociado al impacto que
pudo haber tenido el manejo directo de recursos por parte de
comunidades organizadas (la malversación, la mala administración, la
interrupción de procesos organizativos en ascenso) es muy inferior a la
extraordinaria ganancia política que supone haber dado inicio a
experiencias de autogobierno popular. Más allá de los errores e incluso
de retrocesos puntuales, la señal del comandante Chávez era clara: esta
revolución va en serio y aquí le estamos apostando a la construcción de
una nueva sociedad. Aquí le estamos apostando al cambio revolucionario.
Si bien hay otras formas de organización popular, la de los consejos
comunales es una que tenemos que cuidar y acompañar especialmente. Es
fundamental un análisis profundo de su funcionamiento. Debemos ser
capaces de producir un saber sobre estos asuntos decisivos, que nos
ayude a identificar y solucionar problemas.
El Presidente Nicolás Maduro nos ha convocado a pensar y a discutir
sobre el tema del “gobierno socialista”, y es una convocatoria que no
podemos eludir. Debemos superar nuestra inclinación a discutir sobre
política en abstracto, sin tomar en cuenta las prácticas de gobierno.
Gobernar equivale a prácticas, lógicas de razonamiento y por supuesto a
fuerzas. Sucede con frecuencia que unas ciertas lógicas de razonamiento
nos gobiernan, y éstas lógicas inducen prácticas que nos gobiernan
igualmente, y un buen día despertamos siendo gobernados por fuerzas que
no son las nuestras.
¿Qué lógicas de razonamiento están detrás de nuestras políticas
hacia los consejos comunales? Ese es un tema de primer orden para los
revolucionarios. Sin embargo, con demasiada frecuencia nos encontramos
discutiendo sobre banalidades, cediéndole espacio a la intriga y el
fraccionalismo, inventándonos claudicaciones inexistentes, cuando
deberíamos estar discutiendo sobre las prácticas que nos permitan crear
las condiciones para que nuestro pueblo sea cada vez más fuerte. Para
que siga siendo la fuerza principal. La fuerza que nos gobierne, para
que esta revolución no dé marcha atrás.
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